La abuela oso
Había una vez, hace mucho, muchísimo tiempo, una niña que se llamaba Flor de Oro. Apesar de su edad, era inteigente, valerosa y muy trabjadora. Vivía con su madre y su hermano menor en un lugar apartado, en lo alto de una colina. Los tres llevaban una vida dichosa y siempre estaban alegres.
Un día, la madre llamó a Flor de Oro y le dijo:
-Hija mía, tu tía está enferma y debo ir a atenderla. Esta noche tendrás que ocuparte de tu hermano, porque no estaré en casa. Si quieres, ve a pedirle a la abuela que venga a hacerte compañía.
-Sí mamá.
-Mañana estaré de vuelta. Confío en ti.
Dicho esto, cogió una gallina, la metió en una cesta para llevársela, se despidió de sus hijos y se fue.
La jornada transcurrió como cualquier otra. Mientras el pequeño jugaba, su hermana hacía las labores del hogar.
Cuando el sol estaba a punto de ponerse en el horizonte, Flor de Oro recogió el rebaño en el redil. Un vez estuvieron guardadas la ovejas, fue a cerrar el gallinero.
Después de haber terminado su trabajo, cogió a su hermanito de la mano y fueron a llamar a su abuela, que vivía cerca, en la siguiente colina. La casa estaba silenciosa y no parecía que hubiese nadie en su interior.
-¡Abuela! ¡Abuela!- gritaron a la vez, mientras llamaban a la puerta con los nudillos.
Esperaron, pero al comprobar que la abuela no contestaba, imaginaron que habría salido por cualquier motivo y volvieron a su casa. Por el camino se hizo completamente de noche.
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Entraron, pues, en casa, y Flor de Oro cerró la puerta con pestillo. Encendió la lámpara de aceite y se puso a hacer la cena.
-¿Me contarás un cuento como hace mamá?- preguntó su hermanito.
-Claro que sí.
Después de cenar, se sentaron junto al fuego y Flor de Oro le contó no uno, sino muchos y hermosos cuentos, que su hermano escuchó sin pestañear.
De repente se oyeron fuertes golpes en la puerta:
¡Pon! ¡Pon! ¡Pon!
Los niños se sobresaltaron.
-¡Tengo miedo!- gritó el pequeño, y se abrazó a su hermana.
Sin soltar al pequeño, Flor de Oro se acercó a la puerta.
-¡Soy vuestra abuela!- gritó una voz extraña.
El hermanito se puso a dar saltos de alegría.
-¡Deprisa, Flor de Oro, abre, es la abuela, es la abuela!
Flor de Oro reflexionó un instante. Luego pegó la oreja contra la puerta y preguntó.
-¿Eres tú, abuela? ¡Qué vozarrón tienes!
-Tengo catarro, por eso estoy ronca- respondió la abuela después de aclarar como pudo la voz.
-Vamos, Flor de Oro, abre- repetía el pequeño con impaciencia.
Pero suhermana quería estar segura. Fuera, lavoz añadió:
-Por favor, pequeños, apagad la lámpara. Me duelen los ojos y la luz me hace daño
Esta vez a Flor de oro le pareció que realmente era la voz de su abuela. Apagó la luz y abrió la puerta.
La abuela entró y, como el interior de la casa estaba muy oscuro, no le vieron la cara.
La niña pidió a la abuela que se sentara en un taburete, pero en cuanto hubo posado en él sus nalgas (culo para la gente corriente: nota del traductor) (lo siento, no me aguantaba...) lanzó un grito terrible y escalofriante.
Tras unos instantes de silencio, la abuela dijo:
-Nietecitos míos, me duele mucho el trasero y no puedo sentarme en una banqueta. ¡Proporcionarme otro asiento!
Flor de Oro le acercó una butaca. En ese momento se dió cuenta de que no era su abuela, sino un oso.
Flor de Oro sabía por su madre que los osos tienen horror a los piojos. Entonces cogió un puñadito de semillas, quitó el gorro a su hermano y, fingiendo que le buscaba piojos en la cabeza, echó las semillas al fuego. Las semillas se pusieron a crepitar como si fueran piojos que se estuvieran quemando.
La abuela comenzó a temblar y se quedó como petrificada, contemplando la lumbre.
Sin perder por un instante su sangre fría, Flor de Oro aprovechó la ocasión para alejar a su hermanito de allí. Le acostó en la habitación contigua.
-Duerme tranquilo. La abuela está con nosotros y no tenemos nada que temer- le dijo.
El niño sonrió y no tardó ni un minuto en quedarse dormido.
Flor de Oro salió de la habitación, sin olvidarse de cerrar la puerta con llave.
Cuando volvió al lugar donde estaba el oso, éste había dejado de mirar el fuego.
-Acuéstate- ordenó a Flor de Oro.
Ya se le hacía la boca agua pensando en el banquete que se iba a dar a medianoche, el festín más delicioso del mundo y con el que soñaba desde hacía mucho tiempo.
Flor de Oro se acurrucó en un rincón, pero no se durmió. Estuvo pensando en lo que podía hacer y por fin se le ocurrió una idea.
Reinaba un profundo silencio y de repente Flor de Oro se puso a lloriquear:
-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Cómo me duele el vientre! Tengo que salir sin falta.
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Entonces la dejó salir, pero le ató el extremo de una cuerda a una mano y él se quedó con el otro extremo, para que no pudiera escapar.
Tiró varias veces de la cuerda y Flor de Oro parecía seguir atada. Podía estar tranquilo. Después de un buen rato, como Flor de Oro no volvía, el oso la llamó. No hubo respuesta. Furibundo, iró bruscamente de la cuerda y se oyó un ruido sordo:
Catacroc.
Muy extrañado, se levantó y salió a tientes sujetado fuertemente la cuerda. Gritaba:
-¡Flor de Oro! ¡Flor de Oro!
Siguió avanzando a ciegas hasta que llegó al final de la cuerda. Una vez allí, ¿qué encontró? Ni rastro de Flor de Oro. Lo que había era ¡una vasija de barro!
Casi se volió loco. Además, había pasado la medianoche y tenía un hambre de mil demonios. Desesperado, olvidó su papel de abuela y se puso a aullar.
¿Dónde podía estar Flor de Oro?
Fue en su persecución, pero, al no encontrarla por ninguna parte, se dirigió a un arroyo a tomar un trago de agua fresca para engañar el hambre y poder seguir buscando a la niña.
Se agachó para beber y su alegría fue inmensa cuando la vió en el fondo del agua.
-¡Ya eres mía!- vociferó.
Con todas sus fuerzas metió las patas en el agua para atraparla, pero inmediatamente la niña desapareció.
Se levantó furioso y se quedó mirando fijamente la superficie. Cuando el agua dejó de estar agitada, el oso volvió a ver a Flor de Oro en el fondo. Corriendo el riesgo de ahogarse, se lanzó al arroyo para agarrarla, pero desapareció por segunda vez. El oso, estupefacto, se puso a contemplar la superficie, presa de la ira.
Una carcajada le hizo levantar la cabeza, y entonces divisó a Flor de Oro encaramada a un peral que había detrás de él.
¡Así que en el agua sólo estaba su imagen!
-¡No escaparás!- gritó enloquecido.
Con los ojos fijos en la niña intentó trepar el arbol, pero, por mucho que lo intentaba, resbalaba y no podía subir.
Lo que ignoraba el oso era que Flor de Oro había cubierto el tronco con una capa de aceite, así que, por más que trató de trepar, no lo consiguió y tuvo que quedarse al pie del árbol, mientras la niña reía a carcajadas contemplando sus inútiles esfuerzos.
Entonces, Flor de Oro, sonriendo, le dijo:
Abuela, si quieres peras, ve a buscar la lanza que está en la habitación de en medio y te cogeré unas cuantas.
Como el oso tenía el estómago vacío, fue corriendo a por la lanza.
Volvió con ella y se la tendió a Flor de Oro. Luego miró con atención las peras y señaló las más gordas.
-Quiero ésas- dijo.
-Aquí hay una pera enorme, abuela, abre bien la boca- exclamó Flor de Oro, lanzándosela.
El oso se la trago en dos bocados, porque tenía un hambre voraz. Como una pera no le bastaba, pidió más.
Entonces Flor de Oro le dijo:
-Abuela, abre bien la boca, te he cogido una pera muy grande, ¡grandísima!
El oso abrió la boca lo más que pudo y esperó con los ojos cerrados. Flor de oro se levantó y dirigió con todas sus fuerzas la lanza a la boca del oso.
La lanza se hundió en su garganta cayó muerto.
Flor de Oro descendió del peral y, al ver aquella gran mole tirada en el suelo, le dió una patada.
-¡Esto te enseñará a querer comerte a los niños!- dijo furiosa.
En ese instante un gallo se puso a cantar. Empezaba a amanecer y por lo tanto era hora de levantarse. Flor de Oro fue a despertar a su hermanito, que dormía a pierna suelta.
Después le llevo a ver el cadáver del oso, y el niño comprendió que la abuela que había visto la víspera no era sino un oso disfrazado.
Un sol rojo escarlata salió por el horizonte. La madre volvió y, al enterarse de lo que había ocurrido, se puso muy contenta de tener una hija tan valiente.
La historia de cómo Flor de Oro había vencido al oso corrió de boca en boca y de aldea en aldea, hasta los últimos confines de China.
Y colorín colorado ¡¡ este cuento se ha acabado !!
PD: Me apetecería escribiros otro, pero me temo que mis (pobres) dedos no me lo permitirían.
7 comentarios:
Y caperucita tuvo que llamar a un cazador.... valiente cobarde¡¡¡¡¡¡
Vaya, vaya. Si resulta que esto se esta convirtiendo en una pagina de literatura. Esta guay, poned mas movidas de estas (es que leo las entradas mas recientes y luego voy atras en el tiempo). Ya que no voy a cuentacuentos ultimamente, me poneis aqui los cuentos directamente. ¿que mas se puede pedir?
Preparate alguna mision perro, que te voy a esclavizar como master en cuanto pueda. Ja Ja jaaaaa (risa malefica)
Hecho, Ito acepta el yugo de la esclavitud masteril y yo estoy casi convencido de seguirle (me tendrás que convencer un poco más...)
OK.
Yo acepto el yugo de la esclavitud masteril... pero teneís que hacer algo (del estilo) por mí...
¿Quién de vosotros acepta ser mi esclavo sexual?
PD: La vida es dura...
(hasta para Ranma)
Conste:
Que a pesar del lo que dice el cuento, sigo pensando que los osos son buena gente...
Al fin y al cabo, en todas las razas hay asesinos devoradores de niños...
(chiste malo, lo sé)
¿como? tambien hay mariposas asesinas de niños. Caray!
¿Y ovejas devoradoras de boy scouts?
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