Esperando un tren

Quieta, oteando el horizonte, como el que espera; espera que el futuro fluya entre las nubes que esconden el rojiza trazo del sol.

Su delgada y pequeña silueta proyectada y sintiéndose en esos minutos del día en que era grande y alargada; suspiraba temblorosamente por la esperanza, las ganas, la posibilidad de que una hermana suya con forma de tren se recortase contra el horizonte.

El viento, juguetón, levantaba las rojizas hojas e intentaba hacer pasar un embarazoso momento a la muchacha que recatadamente retenía la falda con su mano izquierda.

El ligero vestido, de un color leonado, más propio de verano que de principios de otoño, había sido escogido más con la coquetería que con un sentido práctico pero era pequeño precio a pagar por la vanidad. Rivalizaba con su color con las pecios que los árboles lentamente dejaban naufragar en el viento.

El amarillento y rojizo amanecer, con las descuidadas y juguetonas hojas de los árboles y la muchacha con su vestido, eran lo único que se podía ver en ese anden gris y rutinario de días apáticos e indiferentes quehaceres.