Erase un señor...
Estupendo, mágico.
Inteligente, habil.
Culto, sabio.
Serio, solido.
Lógico, racional.
Buena persona.
Intuitivo, investigador.
Apasionado, con iniciativa.
Sensible y conocedor de los demás.
Unido al mundo por la emoción.
De convicciones, con palabra.
Capaz de guiar una nave a un mundo desconocido.
Que cuando se proponía algo, lo conseguía.
Que siempre tenía una solución a los problemas.
Que recogía las tareas abandonadas por otros y les daba vida.
Que sabia lo que casi nadie sabía.
Que aprendía con un chasquido de sus dedos lo que no conocía.
Y era grande y magnanimo.
Y creía que todo podía ser casi perfecto.
Y se esforzaba como nadie.
Y soñaba con que todo era mejor.
Y sabía que camino había que tomar en mitad de la noche más oscura.
Pero luchaba solo.
Pero a veces estaba muy cansado.
Pero nadie le cubría las espaldas.
Pero el tiempo desaparecia entre sus dedos.
Pero la fatiga le hacía fallar cuando la batalla se prolongaba eternamente.
Pero a veces confiaba en quien no debía.
Casi siempre podía conseguir grandes cosas.
Pero casi siempre necesitaba algo de ayuda.
Había un señor...
Y lo apuñalaron a mediodía, delante de todo el mundo, con un cuchillo oxidado, y dejaron que se arrastrase por el suelo buscando una solución positiva para todos.
... y mientras tanto sus ojos lloraban sangre negra.
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