La telaraña era enorme. Tanto que cubría la parte alta de la ciudad.
Los edificios se elevaban inertes, sin luz, aparentemente vacíos.
En lo alto, casi cuando uno perdía la vista, la enorme red estaba en todas partes.
Hacia tiempo que no se veía el cielo, era como un techo omnipresente.
La sensación de que se estaba en una cueva era inevitable.
A veces, uno podía llegar a pensar que alejándose hacía la periferia la situación terminaría.
Pero el refugio estaba en el centro, el sustento estaba en el mismo meollo de la cuestión.
Era difícil llegar a las afueras sin perder el norte, manteniendo la cordura.
Cuando se pensaba que allí se estaba bien, en cuanto uno se acostumbraba al escenario, entonces surgían las sombras y los ruidos.
Desde lo alto llegaban las repercusiones distorsionadas de los movimientos que allí acontecían.
Y eso lo cambiaba todo, daba que pensar, hacía que cualquiera se replantease el sentido de aquello.
La locura estaba presente en todas partes, pero sobre todo en su interior.
Era algo que calaba hondo, que llegaba hasta lo más profundo del alma para quedarse allí instalado.
De vez en cuando, la catarsis llegaba: reía, corría, bailaba, soñaba, se creía el rey de las ratas...
Otras veces intentaba ser una sombra, deslizándose entre los restos de aquella gran ruina, pasando desapercibido, creyendo que conseguía lo que pretendía.
En realidad, daba igual, la telaraña estaba demasiado alta como para que importase lo que se hiciese allí abajo. Era una influencia constate, pero lejana.
2 comentarios:
QUE GUAPO, HE INQUIETANTE POR LO QUE TE HAYA PODIDO INSPIRAR Y LA ATMÓSFERA OPRESIVA QUE ME EVOCA.
Me alegro de que te guste, tio.
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