El día aún estaba pensando en encender la luz.
Las farolas todavía durarían casi media hora más.
No había nadie en la calle, la ciudad parecía desierta.
El único rastro de vida eran las grandes humaredas.
La bruma cubría con intensidad los alrededores de la ribera.
El entorno era confuso, y a esa distancia empezaba a oírse el agua.
Su vehículo avanzaba muy lentamente, quizá demasiado para él.
El olor a café todavía persistía, aunque los vasos estaban ya vacíos.
Su conductor le ofreció un cigarrillo, y mirando al frente, se encendió otro.
La luz comenzó a notarse, a lo lejos, como un anuncio del amanecer.
¡Por fin vida!, un gato tardío cruzó la calle a suficiente distancia de ellos.
A veces echaba de menos los pájaros, antes solían cantar a esas horas.
Ya nunca había conversación en el coche, ya se lo habían contado todo.
Si no miraba el reloj, parecía que siempre era el mismo monótono minuto.
Subitamente llegó el ruido.
Los cristales lo llenaron todo.
Se giró tan solo lo suficiente.
Cubrió la cara a tiempo.
De medio lado, abrió un ojo.
La sangre cubría el otro rostro.
En su visión una punzada.
El coche avanzaba sin control.
Eran segundos antes del choque.
Su cuerpo decidió saltar al asfalto.
La mente todavia estaba bloqueada.
Cuando se dio cuenta estaba corriendo.
Y de fondo sonaban más disparos...
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