2015/02/11

LA PRADERA

Apoyado en la pared.
Escondido entre dos contenedores de basura.
A cobijo por un momento.
Pensando si debía actuar o permanecer escondido.

Un recodo de la memoria lo llevó al pasado.
Aquellos días de juventud en la pradera.
Apenas vestido, en pantalon corto y sin camiseta.
Aliviado por el calor estival, impulsado por el licor.
Feliz, rodeado de jóvenes sin sujetador.
Disfrutando de los inmensos placeres de la vida.
Paseando entre parejas acarameladas, sin apenas obligaciones.
La música resonando por todas partes, invadiéndolo todo como si fuese aire.
Las carcajadas dominando una situación llena de sonrisas amables y generosas.
Sin tener que controlar todo lo que decía y hacía. Siendo él mismo.
Aprovechando todo lo que la vida le ofrecía con todos los sentidos.
Cantando, bailando, sintiendo el aire en su piel, dejándose llevar por los elixires de la vida.
Perdiendo la noción del tiempo en un mar de placeres.

Finalmente volvió a la realidad, al momento presente.
Cogió el arma con ambas manos, con absoluta seguridad.
Se asomó por el lateral del contenedor, dejando ver su cabeza.
Apunto, y decidió unirse al sangriento festival de disparos.
Había acabado el momento de esconderse, reflexionar, y esperar.
Se dijo: a veces hay que luchar por lo que te importa.

2015/02/10

UNA VUELTA EN COCHE

El día aún estaba pensando en encender la luz.
Las farolas todavía durarían casi media hora más.
No había nadie en la calle, la ciudad parecía desierta.
El único rastro de vida eran las grandes humaredas.

La bruma cubría con intensidad los alrededores de la ribera.
El entorno era confuso, y a esa distancia empezaba a oírse el agua.
Su vehículo avanzaba muy lentamente, quizá demasiado para él.
El olor a café todavía persistía, aunque los vasos estaban ya vacíos.
Su conductor le ofreció un cigarrillo, y mirando al frente, se encendió otro.

La luz comenzó a notarse, a lo lejos, como un anuncio del amanecer.
¡Por fin vida!, un gato tardío cruzó la calle a suficiente distancia de ellos.
A veces echaba de menos los pájaros, antes solían cantar a esas horas.
Ya nunca había conversación en el coche, ya se lo habían contado todo.
Si no miraba el reloj, parecía que siempre era el mismo monótono minuto.

Subitamente llegó el ruido. 
Los cristales lo llenaron todo.
Se giró tan solo lo suficiente.
Cubrió la cara a tiempo.
De medio lado, abrió un ojo.
La sangre cubría el otro rostro.
En su visión una punzada.
El coche avanzaba sin control.
Eran segundos antes del choque.
Su cuerpo decidió saltar al asfalto.
La mente todavia estaba bloqueada.
Cuando se dio cuenta estaba corriendo.
Y de fondo sonaban más disparos...