2014/11/11

EL LÍMITE

El limite estaba tan lejos que parecía inexistente.
Se ocultaba más allá del horizonte, donde nadie podía verlo.
Pero tú caminaste durante meses, avanzaste a lo largo de los años.
Buscando un sendero hacia el infinito, sin parada.
Corriendo entre los edificios, llamándolo a gritos en medio de los campos.
Apartando a la gente a empujones, mirando hacia la nada.
Siempre esperando la oportunidad de poder esquivar a la realidad que te perseguía.
Queriendo ser lo máximo que se pudiese ser.
Extrayendo el elixir, tentando al vacío.
Forzando la situación siempre a favor.
Con el viento en contra, pero aprovechando toda inercia.
Pudiendo escapar, pero evitando hacerlo a toda costa.
Creando una carrera sin final hacia el precipicio.
Pensando que cuando se acabase el suelo saldrías volando.
Confiando en los designios del destino.
Probando hasta donde podía llegar la situación.
Retorciendo los límites de la realidad.
Sin comprobar dónde estabas en ese momento.
Solo viendo donde ibas a llegar mañana.
Ese mañana que nunca llegaba, porque el destino final siempre estaba más allá.

Ahora jadeas dando tumbos.
Tu visión esta borrosa por el cansancio.
Y aunque te falta la respiración, y el corazón te va a cien, sigues tirando hacía delante como si no hubiese otra opción.

A veces, creíste que lo podías todo, cegado por los resplandores de la adrenalina.
Bañado por los placeres de la dopamina, pensaste que no había fracaso posible.
Sumido en un paraíso artificial, rodeado de fuego abrasador y ácido corrosivo.
Apretando los dientes y forzando el ritmo hasta alcanzar el tiempo de la victoria.
Viendo fantasmas producidos por tu mente, que te llevaron hasta el éxito.
Probando los sabores del amanecer hasta embriagarte de ellos.
Escuchando palabras envenenadas por las ansias ajenas.
Confiando en los testigos de la desdicha y la angustia.
Mirando con desdén los recodos del camino en los que habían caído otros dejando atrás sus cadáveres.
Pisando las cascaras rotas de tus otros yo, mientras el tiempo susurraba mentiras a tu oído.
Pensando que el sucio peso de la fatiga no haría mella en tu armadura.

Alguna vez, al bajar el ritmo por un momento, viste el campo de batalla cubierto por cuerpos quebrados. Y reconociste tu rostro en todos ellos. 

A veces, las lágrimas corrieron por tu cara hasta saltar de tus mejillas y caer al suelo.

En alguna ocasión, esas lágrimas hicieron nacer brotes que se convirtieron en árboles.

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